«Sólo una cosa no hay. Es el olvido.»
Jorge Luis Borges
1.
Miles de jóvenes encienden las antorchas que portan y empiezan a marchar bajo un cielo amenazante de tormenta. Caminarán desde la Plaza de la República de Ereván hasta el Monumento del Genocidio. El fuego se mueve como un río amarillo y rojo por la avenida Amiryan. Las caras comparten un gesto duro y decidido que denota tristeza y enojo. Imposible no conmoverse ante estos chicos y chicas que no sonríen. Cada tanto se repite un grito, que contagia a la multitud que los sigue, “lucha, lucha, lucha”.
Saben que caminan para recordar, para no rendirse, para denunciar una de las mayores atrocidades de la historia contemporánea: la masacre de un millón y medio de armenios en manos del Imperio Otomano, el antecedente político del Estado turco. Saben también que caminan para protestar por las reiteradas agresiones de otro de sus vecinos: Azerbaiyán.
Los jóvenes se aferran a sus antorchas porque saben que sin memoria no habrá justicia. Han pasado ciento diez años y la historia se repite casi con los mismos protagonistas. Saben que marchan contra la indiferencia de gran parte del mundo y las claudicaciones de su propio gobierno.
Saben que el futuro es incierto y peligroso, pero siguen caminando.
2.
Llegué a Ereván (Yereván) capital de Armenia en la madrugada del lunes pasado después de un viaje interminable que incluyó una parada de diez horas en Frankfurt. No hay vuelos directos desde Buenos Aires y es obligatorio pasar por alguna capital de Europa. Me invitaron el Consejo Nacional Armenio y el Diario Armenia para participar de los actos por el 110 aniversario del Genocidio. Acepté de inmediato. Desde que leí sobre las atrocidades cometidas por el gobierno de los llamados Jóvenes Turcos entre 1915 y 1923, el tema se volvió una prioridad. Una de mis frases de cabecera, la escribió Ernesto Guevara en una carta a sus hijos: “Sean capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. Puedo decir que mi afinidad con la causa armenia es producto de ese compromiso moral.
Me rebela, en especial, que Turquía no acepte su responsabilidad en esos hechos, que incluyeron asesinatos selectivos de intelectuales y dirigentes, torturas, violaciones, matanzas generalizadas (unos 600 en los primeros días sólo en Estambul) y luego la expulsión de toda la población armenia condenada a marchas forzadas y condiciones extremas hacia Siria, que provocaron muertes de a millares por hambre y sed. El objetivo final: la limpieza étnica. La imposición de un nacionalismo excluyente que también se ensañó con asirios y cristianos griegos.
3.
Nadie debería ser indiferente. El Genocidio Armenio fue el antecedente, en el marco de la Primera Guerra Mundial, del Holocausto Judío que se desarrollaría en la Segunda contienda. Sin embargo, por presión de los turcos y sus aliados, sólo treinta países reconocen y denuncian la matanza. Entre ellos Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, Uruguay (el primero en hacerlo) y Argentina. De manera inexplicable Israel está en la lista de los que prefieren olvidar por conveniencia.
El 22 de agosto de 1939, mientras diseñaba su plan para eliminar a los judíos, Adolf Hitler dijo: “quién recuerda hoy el exterminio de los armenios”. La frase está escrita en una de las paredes del Museo del Genocidio de Ereván.
¿Es posible imaginar a un canciller alemán diciendo que la matanza de judíos no ocurrió? Imaginen lo que ocurriría si un dirigente político germano dijese que los seis millones de muertos en la Shoa fueron producto de enfrentamientos entre civiles y como consecuencia de enfermedades y hambrunas ocasionadas por la guerra. Porque eso hacen los jefes de Estado de Turquía negar lo evidente. Incluso lo que confirman historiadores e intelectuales honestos de su propio país.
Pero no sólo hacen eso.
4.
Hace unas horas que camino por Ereván. A primera impresión parece una ciudad de Europa Oriental con los mismos negocios comerciales que se pueden encontrar en Roma o París. El tránsito es algo caótico, entre el bullicio se escucha a los pájaros y en las calles se intercalan puestos que venden jugos y flores. El tulipán amarillo es definitivamente mi flor preferida.
Hago un primer descubrimiento, el cielo del Cáucaso es distinto al de Suramérica. Parece de un azul más intenso, quizás se deba al modo en que refleja el sol en las nubes o sólo remite al comienzo de la primavera.
Los invito a mirar un mapa para ubicar a la República de Armenia, se encuentra en el cruce entre Europa oriental y Asia occidental: limita al oeste con Turquía, al este con Azerbaiyán, al norte con Georgia y al sur con Irán. En la actualidad no supera los treinta mil kilómetros cuadrados (similar a la provincia de Misiones), en su pasado de esplendor llegó a decuplicar esa extensión.
Es el vecino pequeño en un barrio difícil. Con el objetivo de asfixiar la economía armenia, el gobierno turco mantiene la frontera común totalmente bloqueada. Lo mismo hace Azerbaiyán, el país que desde hace décadas disputa territorio con Armenia lo que motivó varias guerras.
Hay que señalar que Azerbaiyán se convirtió en una potencia militar dado sus enormes recursos en petróleo y gas. Turquía se encarga de que no le falten armamentos a su principal aliado. En 2023, después de nueve meses de un bloqueo total, en un ataque fulminante expulsó a unos cien mil armenios de Nagorno Karabaj (Artsaj), un territorio en disputa con Armenia desde la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que ambos países integraban. Disolvió la república que treinta años antes había declarado su independencia. Todavía retiene a veintitrés dirigentes políticos armenios como rehenes.
Si bien se está discutiendo un acuerdo de paz, los ataques con disparos hacia territorio armenio se suceden periódicamente. El pasado miércoles mientras miles de jóvenes marchaban con sus antorchas por las calles de Ereván, las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán dispararon sobre la aldea de Khoznavar.
El peculiar presidente azerí, Ilham Aliyev, (no dejen de ver su imagen que remite al Borat de la ficción) no oculta sus intenciones de “ir por más”. Gobierna desde 2003 y como su colega turco Recep Erdogan entiende la democracia como el gobierno de su voluntad absoluta. Cree que Armenia es un escollo en su intención expansionista de acercarse a Turquía.
Sus amenazas son explícitas. Grabó un video donde camina sobre la bandera de Artsaj para que no queden dudas de sus intenciones.
Los ecos del genocidio armenio se escuchan con dramática claridad en estos días.
5.
“Todos los seres humanos deberían tener derecho a vivir en el lugar en que nacieron, en paz y dignidad, sin importar que bandera flamea cerca de su casa”, le escuché decir a un diplomático al referirse al drama de los desplazados. La frase es aplicable a muchos otros pueblos del planeta. No puedo dejar de asociar las penurias de los armenios a través de los siglos con las que sufren los palestinos. Aunque nadie imaginó en Armenia un resort de lujo.
A través de los siglos cristianos, musulmanes y judíos, han confrontado más de lo que han tratado de entenderse. Y eso que tienen un mismo Dios, sólo que firma con seudónimo diferente según la ocasión.
6.
Visité el Monasterio medieval de Jor Virap en la frontera con Turquía. Allí el viajero se topa con la imponente figura del Monte Ararat. La visión estremece, imagino que es una sensación comparable a la que tuve cuando me paré frente a los Andes o en la pasarela que da a la Garganta del Diablo en Iguazú por primera vez. Sitios donde la naturaleza abruma por su belleza.
Cuentan que en su cumbre se posó el Arca de Noé, cuando cesó el diluvio universal. En la llanura que se extiende desde la montaña de 5165 metros de altura desde la actual Turquía hacia Armenia, el hombre y las bestias salvadas del agua tuvieron una segunda oportunidad.
Allí estuvo en junio de 2016 el Papa Francisco, junto al Patriarca de la Iglesia Armenia. “El genocidio inauguró la triste lista de las terribles catástrofes del siglo pasado”, dijo y agregó: “decir genocidio comporta acciones de reparación”. Luego los dos religiosos soltaron palomas blancas y pidieron por la paz. Francisco reiteró ese pedido el pasado domingo 20 abril en su mensaje pascual, el último que daría. Pidió por un acuerdo de paz definitivo entre Armenia y Azerbaiyán y “la liberación de los prisioneros de guerra y políticos”.
A propósito de cárceles y encarcelados. Jor Virap, quiere decir “mazmorra profunda”. El nombre remite al lugar de detención de Gregorio, llamado “El Iluminador”, un monje que fue condenado a permanecer en una pequeña celda cavada en la tierra durante trece años por predicar el cristianismo. El rey Tiridates III que lo había castigado terminó por perdonarlo y Gregorio se convirtió en su mentor. Ambos comenzaron el proselitismo religioso que terminó por convertir a Armenia en el primer país en adoptar el cristianismo como religión oficial. Corría el año 301.
La mazmorra donde estuvo encerrado San Gregorio es de difícil acceso. Hay que bajar por una escalera de metal muy empinada y estrecha. Es como descender a un pozo sin ventanas, cuyas paredes de piedra provocan sensación de asfixia.
De oscura prisión a convertirse en el sitio de peregrinación más importante de Armenia.
Los creyentes podrán encontrar aquí una señal para la esperanza.
Juan Bautista Alberdi escribió El Crimen de la Guerra y el título de su libro no deja lugar a ningún atajo que la justifique. Pienso en eso mientras recorro el cementerio de Yerablur y soy espectador de escenas lacerantes. Es 24 de abril y muchas madres eligieron la fecha histórica para visitar las tumbas de sus hijos.
Las lápidas, en general, de mármol negro tiene estampadas las imágenes de los fallecidos en las últimas guerras por Nagorno Karabaj. La mayoría pertenecen a chicos que no superaban los veinte años cuando la muerte los fulminó. Abundan las banderas y las flores. El sol cae a pique. Una mamá limpia la tumba de su hijo obsesivamente, barre y limpia el mármol. Cada tanto mira a su niño, vestido de uniforme, a los ojos. Otra, prende incienso y llora. Un matrimonio abrazado ensaya una charla que piensan está siendo escuchada. Más lejos un grupo de camaradas visitan al amigo que perdieron en el frente.
En la capilla que está junto a la entrada, un sacerdote consuela a una anciana. Se lo ve alto y fuerte. Pablo Kendikian, mi compañero en este viaje, lo reconoce y me cuenta su historia. El padre Hovhannes estaba al frente de uno de los monasterios de Artsaj y no dudó en tomar un arma para defenderlo. Fracasó en su intento de resistir. Según algunos especialistas, más de un millar de iglesias -muchas medievales y de gran valor histórico- quedaron en manos de Azerbaiyán. Los armenios dicen que serán destruidas.
Mientras miro la gran cruz que el padre porta sobre el pecho recuerdo que, en Toledo, España, compré un colgante que contenía los tres símbolos de las religiones monoteístas: la cruz, la media luna y la estrella de David. Una misma cadena las unía en un deseo, hasta ahora, imposible.
La producción de vino en Armenia tiene una historia que supera los seis mil años. Una de las imágenes que más se repite en la piedra cincelada y en los grabados milenarios muestra el fruto de la vid. En 2007 se descubrió la bodega más antigua en la región de Arení, los arqueólogos estimaron su edad en 6200 años. De hecho, la cepa más tradicional lleva ese nombre. Ese acontecimiento potenció la producción local.
Una de las bodegas más destacadas de Armenia pertenece al empresario argentino Eduardo Eurnekian. En 2003 fundó en la región de Armavir el emprendimiento vitivinícola Karas Wines. El nombre remite a las antiguas vasijas donde en la antigüedad se guardaba el vino. En ese suelo volcánico y pedregoso enólogos argentinos y de otras partes del mundo lograron vinos de alta calidad utilizando las cepas tradicionales y algunas importadas. Juliana Del Águila, una joven sobrina de Eurnekian, dirige el emprendimiento.
El dueño de la Corporación América merece un párrafo aparte. En 2017 fue distinguido por el gobierno como “héroe nacional” por sus inversiones en el país de sus ancestros: además de la bodega, tiene aeropuertos, el servicio postal y un banco. Le reconocieron su tarea como benefactor, entre otras acciones, construyó escuelas.
Armenia es reconocida también por la producción de Brandy, con decenas de variedades de excelente calidad. Dicen que era la bebida preferida del primer ministro británico, Winston Churchill, quien se aficionó al coñac cuando José Stalin se lo sirvió en la conferencia de Yalta en febrero de 1945. A partir de allí, el jerarca soviético le mandaba 400 botellas al año de la marca Ararat. Consultado a los 89 años por su longevidad, Churchill respondió: “Nunca llegué tarde al almuerzo, fumé puros habanos y bebía coñac armenio”.
9.
No todo en Armenia remite al pasado. Un edificio de arquitectura moderna, ubicado sobre la calle Alexander Tumanyan, exhala futuro. Es el Centro de Tecnología Creativas TUMO, como lo bautizaron los jóvenes que concurren allí, y consiste en un revolucionario programa educativo no formal, gratuito y extra curricular para chicos y chicas de entre 12 y 18 años que quedan a cargo de su propio aprendizaje. Su directora ejecutiva es Marie Lou Papazian, quien junto a su pareja Pegor, llevan adelante el proyecto que ya se extendió a 16 países. El gobierno porteño anunció la apertura de tres centros similares en Buenos Aires.
A la central de TUMO de Ereván concurren unos 700 estudiantes por turno. Tienen acceso a computadoras de última generación y cumplen con un programa escalonado guiado por tutores. “El objetivo es tener una juventud creativa y feliz, que se especializa en tecnología y es capar de trabajar en equipo y crear empresas. El resultado es muy bueno, porque suelen estudiar toda la vida. Aquí no se dan títulos, cada chico crea un portfolio donde van acumulando lo que va haciendo y cualquiera puede ver lo que son capaces de crear y convocarlos a trabajar”, me explica Pegor, en un perfecto español producto de una larga estadía en Barcelona.
Recorrer TUMO es como estar en un concierto vital, donde en cada pantalla parece anidar una propuesta creativa. A diferencia de lo que cualquiera pensaría, reina el silencio que genera la atención y el entusiasmo.
10.
El Monasterio de Geghard está catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, data del siglo IV, está ubicado en un lugar idílico rodeado de acantilados. Comprende un conjunto de Iglesias medievales cavadas en la montaña. Están construidas desde arriba, por eso todas tienen un agujero en la parte superior. Desde allí las fueron tallando hacia abajo. Son despojadas y rústicas, casi sin imágenes. La acústica es impresionante.
En esta época del año hay que ingresar a ellas con algún abrigo, ya que la temperatura desciende diez grados en el interior de la roca. El día de mi visita, Elsa Sarafian, una mujer argentina de la diáspora, comenzó a cantar una vieja canción religiosa. Un breve e improvisado concierto para unos pocos turistas y peregrinos. Su voz se elevaba y parecía emerger por el hueco del techo. Por un momento, la paz entre los pueblos parecía posible.